ESTE TEXTO NO ES MIO SINO DE MARTINA
Cuando mi madre murió hace casi dos años nunca expresó que quería, ya que la muerte era tabú para ella, ni pensaba en eso a una edad bastante avanzada. No lo dudé ni un segundo: cremación. Todavía recuerdo con dolor cuando mi padre que falleció a mis 15 años de un furibundo ataque cardíaco a sus 55, un 31 de diciembre por la mañana.
Lo llevaron al cementerio de la Recoleta para ponerlo en la cripta familiar. Los empleados del cementerio gritando: “no hay lugar”, pum para un lado con el cajón, pum para el otro. Me quedó grabada la escena de por vida. Como soy hija única la decisión de que hacer con los restos de mi mamá me correspondía exclusivamente. Tuve su humilde caja de cartón unas pocas semanas ya que estoy convencida que energéticamente no es bueno aferrarse a lo físico, ni lo es para su espíritu.
Cuando me sentí lista fuimos con mi marido al Parque de la Memoria una bella tarde de sol y en la punta del muelle bien metido en el río y hacia el lado que soplaba el viento, volqué el contenido de la caja. Aclaro que siempre dudé si las cenizas que entregan son realmente de la persona amada, ya que desconfío de la honestidad de los que se ocupan de esos menesteres.
Fue un momento único y mágico ya que el viento levantó una suerte de nube que flotó por unos minutos sobre el agua hasta que se fundió con el universo.
EL LANPODCAST DE ESTA SEMANA ES PARA Estanislao Fernandez