ESCRITO POR LUCIA UGARTE DEL CAMPO
El tema del ballet es polémico desde varias aristas. Podemos abordarlo por la crisis de arte en sí mismo, del ballet, la falta de un “ballet nacional”, crisis identitaria, el juicio del gusto, fracaso pedagógico/escolar, étc. Tuve la oportunidad de hacer mi residencia del Profesorado de Artes Combinadas de la UBA en una escuela del casco bonaerense de Danzas, así que podría relatar en primer persona las conclusiones que saqué de aquella experiencia y que sirvieron para mi proyecto de investigación.
La institución en donde daba las clases era un edificio muy bonito, amplio, inaugurado hace poco tiempo, pero la calidad de las clases de ballet eran pésimas. Las alumnas no estaban formadas adecuadamente y en consecuencia, no tenían idea de su inminente inserción laboral (chicas de 16 años). Intenté fomentar el interés por la historia de la danza abordando las clases con distintos recursos didácticos y metodologías y si bien el interés inicial por la innovación en mi propuesta estaba, todo se fue diluyendo ante la falta de compromiso y responsabilidad. En el medio tomas de los colegios y la dilatación del dictado de clases (en vez de ser semanales, pasaron a ser mensuales). Podría extenderme por horas hablando del tema y de aquella experiencia, pero la traigo brevemente a colación porque encuentro algo sintomático en como se toma el ballet desde la formación inicial.
En Argentina el ballet clásico ES EL Colón -con todo lo que eso significa para bien y para mal-, y todo lo que se intenta construir o generar periféricamente son gestos políticos que suelen encapsular la formación artística y el “arte” dentro de una burbuja que termina siendo una ensalada de frutas de mal gusto. Lo único que destaco de la última temporada del Colón es el Barbero de Sevilla de Wainrot como una exploración con intento de superación del lenguaje clásico en diálogo con su experiencia como director del ballet del San Martin. Se vio reflejado en el vestuario, escenografía y sorprendentemente también en las actuaciones. Fui sin NINGUNA expectativa y realmente me sorprendió positivamente. El Teatro Colón sigue siendo lo mejor que tenemos a nivel nacional, pero claramente sigue siendo elitista. El valor de una platea a precio dólar condena al público general al lejano gallinero, y habiendo experimentado ambas ubicaciones te puedo asegurar que la experiencia no es la misma. Las funciones gratuitas son para conciertos, ensayos, pero nunca para una función de ballet. Ojalá se pueda fomentar y planificar una política cultural que realmente tenga continuidad en el tiempo, que esté en consonancia con el panorama internacional y que “la inclusión” realmente incluya.
