Tras dos años y medio de ausencia, Buenos Aires me recibió con un cariño que no imaginaba. De hecho, yo estaba preparado para recibir odio no este tipo de amor. Desde que llegué, al menos, dos o tres personas se acercan en la calle o en algún restaurant, me preguntan si soy Cañete y me dan un abrazo. Esto podría ser contado desde el punto de vista de la gloria de ‘el que llegó’. Sin embargo, sin saber qué hacer con mi vida y con un botón de Paypal a la derecha de este artículo, es obvio que ese no es el caso.
La verdad es que, como ustedes bien saben, yo no sé que hacer con mis sentimientos y mucho menos cómo recibir cariño. Durante los últimos cinco años no paré de agredirme, muchas veces procurando una sentencia de muerte pero Dios, seguramente, creyó que no estaba preparado. Lo cierto es que los saludos son tan sinceros que allanan toda duda y yo simplemente no sé que hacer. Es muy difīcil para alguien que se cree un impostor no sonrojarse al ser invitado a quedarse.
Quizá sea por esto que no pueda dejar de comer medialunas, dulce de leche. y esos carbohidratos que hacen de Buenos Aires, la nueva Roma. Es como que mi psiquis quiere equilibrar el doloroso efecto de las caricias que recibe desde afuera transformándolas en algún tipo de dolor auto-infligido. Ayer mi lado oscuro logré que un amigo me dijera que estaba ‘fortachón’, que un lector me recomendara que ‘dejara los postres’ y que mi mamá me recomendara cuidarme con las facturas. Una de las razones por las que me drogaba era lo flaco que me mantenía, anestesiado y sin problemas.
El reencuentro con mi mamá y con la humedad de Buenso Aires era algo que necesitaba. Sin ir más lejos, el otro día volvíamos en un taxi de su neurólogo y me agarró la mano izquierda. Mi primer reacción fue de rechazo al punto de querer desaparecer. Me repetí internamente el credo de Narcoticos Anónimos que dice: ‘God give me the serenity to accept the things I cannot change. Change the things I can and the wisdom to know the difference’. Hice esto para aguantar su mano en la mía. Y fue así que Dios me ayudó a aceptar ese cariño. Para ella fue fundamental. Fue un reaseguro de lo que, en verdad, siento por ella. Para alguien que ve a su hijo ‘enfermo’ una vez por año eso no es poco. Todo este cariño; el de ella y los seguidores de LANP tiene un predi que quizás sean ese par (o más) de kilos de más al volverme a Londres. Mientras escribo esto en un café de Buenos Aires y tras comer tres medialunas, pedí una más pero se acabaron. Dios cuida a su rebaño. Just a thought.
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