Durante mi participación en el programa de radio de Jorge Lanata (‘Lanata Sin Filtro’) el conductor sugirió la idea de dejar el monumento a Cristobal Colón desarmado como recordatorio del carácter destructivo de la administración kirchnerista. Es una idea extraordinaria. Debe recordarse que el mencionado monumento fue cortado en pedazos, ahora dispersos en la Plaza Colón (frente a la Casa Rosada) por razones políticas, vinculadas a las supuestas atrocidades cometidas por parte de los españoles contra los indios. Como estudiante del arte español del siglo XVII puedo decir que la corona española fue particularmente benévola con los indígenas latinoamericanos por la simple razón que reconocía su carácter humano (portador de un ‘alma’). Esto marcó una diferencia, casi taxativa, entre el modo en el que los españoles los trataron y el modo en que los ingleses, portugueses y holandeses lo hicieron. Estos últimos consideraban a los nativos americanos como ‘commodities’ susceptibles de ser tratados como cosas y, eventualmente, como esclavos. Esto no quiere decir que no hubiera habido abusos del lado español. Sin embargo, todo esto debe colocarse en el contexto de la realidad histórica y de ese momento de la evolución humana. Es así de simple.
El desarmado del monumento a Colon, se inserta en la tradición del iconoclasmo. En un articulo en La Nación, Gaby Levinas asociaba el acto destructivo kirchnerista con el acto terrorista por el cual Al Qaeda dinamitó a los Buddhas de Gandhara. Este tipo de acto, desde ya, no es nuevo. Esto ocurrió en el siglo XV en el Norte de Europa (Suiza y Alemania) tras que Lutero indicara que la veneración de imágenes de los santos deberían ser consideradas como actos de adoración y por lo tanto condenables como anatema. Más cerca históricamente tenemos la vejación de los cuerpos de Juan Peron (la mutilación de sus manos) y de su esposa (la eventual vejación necrofílica a la que fuera sometida por su guardián). En todos estos casos, el objeto violentado/destruido/desarmado supone estar cargado de ‘presencia’. Ese objeto pasa a ser un vehículo de humanidad en el tiempo y en el espacio del mismo modo que Cristo se hace presente en la Ostia durante la Eucaristía. Si yo le corto las manos a Peron es porque creo que Peron esta vivo en ese cuerpo muerto. Punto y aparte.
Esto está, desde ya, más vinculado a lo irracional que a lo racional y tiene que ver con la ‘fanatización’ de las posiciones. Si Colon representa ‘el asesinato de millones de indios’, yo (como ‘el que odia a Colón’) represento ‘la memoria viva de esos asesinados’. Este es el punto en el que lo que la década ganada llama ‘Memoria’ se transforma en fanatismo y termina corriendo por derecha a aquello que supone correr por izquierda. Este es el momento Termidoriano en el que la revolución deviene represión.
Si bien el desarme del monumento a Colón fue el más dañino acto de iconoclasmo del gobierno de Kirchner, no fue el primero. Este proceso comenzó cuando Kirchner bajó el cuadro de Videla, negando la historia. Hay un intento de borrar la memoria al negarle a Videla su rol (nefasto) en la historia argentina. Dicho acto fue un acto terrorista porque como Al Qaeda, quiso borrar la historia (para bien o para mal) de un plumazo. Qué bueno sería dejar al monumento desarmado para no olvidar al régimen que hizo de la memoria un vomito bulímico. J A T
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