Los oficiales del Maratón de Buenos Aires confundieron al argentino Mariano Mastromarino con un intruso y, en medio de la competencia y habiendo recién superado al keniata que se perfilaba como ganador, le pidieron que se retirara. Para ver el video hacé click acá.
Esto amerita dos comentarios. El primero tiene que ver con el racismo horizontal que los argentinos parecemos tener los unos para con los otros. Déjenme darles un ejemplo. Cuando visité la Argentina con mi ex Sudafricano/Inglés (el rubio Steve), decidí transformar el viaje en una experiencia y nos hospedamos en el Hotel Alvear. Nunca me trataron demasiado bien pero al cuarto día la cosa ya era insoportable. El mal modo con el que me trataba el personal hacia evidente algún problema hasta que uno hizo un comentario sarcástico y me percaté de que estos muchachos habían considerado que por el sólo hecho de ser argentino y Steve (rubio extranjero), yo era el taxi boy/chongo al que el gringo se llevaba al cuarto cada vez que venia a Buenos Aires. Un tipo análogo pero distinto de experiencia tuve en Bariloche cuando la concierge del hotel Llao Llao creyó que no sólo me podía tratar de vos sino también quejarse de sus condiciones de trabajo mientras yo pagaba cientos de dólares la noche y todo por el simple hecho de ser Argentino. Sin ir más lejos llegó a decir en inglés y adelante de Steve: ‘que suerte que tuviste de irte de este país de mierda!’. Otro tipo de experiencia es la de los ‘conocidos’ que cuando les hacés un relato de un viaje con clientes multimillonarios y estrellas de Hollywood (todo era trabajo…ponéle!) creen que les mentís porque a los Argentinos no nos pasan cosas así. Creo que todo este tipo de conducta es propia de una suerte de racismo invertido u horizontal que en el caso de Mastromarino llegó a un nivel ridiculo.
El segundo comentario tiene que ver con esa obsesión que como pueblo tenemos por las normas aún cuando nos cagamos en ellas. En este último viaje a Argentina me percaté de cómo el servicio medio (mozas, mujeres de porteros, taxistas, etc) hacen un culto de las normas solo para excluirse de su cumplimiento. Por ejemplo, cuando me encontré a tomar algo con mis amigos Juanita Blee y Samo, nos sentamos en una mesas en la vereda del bar de enfrente de mi departamento en el barrio de la Recoleta. El sol nos estaba dando de frente y tuvimos que correr la mesa un metro. La moza (quien se la pasaba escuchando música a todo volumen y diciendo obscenidades, en voz alta, al cocinero) vino rápidamente a decir que no se podia mover ni un centímetro la mesa porque el dueño la iba a levantar en peso. Un par de días antes tras aterrizar en Ezeiza, llegue con mis valijas a mi casa y la mujer del portero intentó hacerme subir por la puerta de servicio mientras ella entraba con las bolsas del supermercado por la puerta principal. Un modo bastante particular de aplicar las normas. Hay mucho estúpido dando vueltas! J A T
MIRA ‘THE PILL’
