Uno de los temas que nunca parezco poder superar durante mis visitas a la Argentina es el modo en el que uno tiene que adaptar su propia personalidad y su función social para obtener ‘algo’ del ‘personal de servicio’. Por ‘personal de servicio’ me refiero a los mozos, las enfermeras, los taxistas, etc. Es un tipo de relación que se establece en términos de supuesta amistad en donde la confirmación de dicha buena voluntad está dada por la propina que, de todos modos, parece no ser siquiera necesaria. Digo esto porque a diferencias de países como los Estados Unidos, la propina no constituye una diferencia entre el buen y el mal trato, el que sigue quedando a discreción del empleado. El único país en el que ví algo parecido es en Italia en donde si no te quieren atender, no te atienden y listo; como si no se tratara de un contrato basado en el dinero sino en el honor.
En Buenos Aires, la relación también tiene algo parecido al caso francés con fuerte presencia sindical, en donde, el trabajo es entendido como la ocupación de un lugar definido por un conjunto de normas permanentemente re negociadas entre empleados y empleadores. El problema con la combinación entre lo primero (la pseudo-amistad) y lo segundo (obsesión por un sistema de normas que nunca termina de definirse) es que todo el peso de la duda parece recaer sobre el cliente.
El modo en el que esto parece hacerse es revirtiendo la carga de la culpa sobre el cliente que nunca parece saber qué tener que hacer para recibir ese trato amistoso. El cliente siempre queda en posición de tener que explicar por qué está exigiendo ser llamado cliente. De esa forma, el empleado en cuestión coloca los términos de su relación con el empleador como condición de la relación con su cliente. El modo de articulación de esta relación mediante la cual casi nunca se le da la razón al cliente viene de la mano de una explicitación de las normas en los términos de lo que ‘se puede’ y lo que ‘no se puede’. Esto hace que la más mínima diferencia entre cliente y mozo pase a involucrar al empleador quien, ipso facto, es interpelado en su calidad de tal por un empleado solo preocupado en hacer respetar las normas para conservar sus propios intereses (que van desde ‘no hacer nada’ hasta ‘no tener causa para despido’). En otras palabras, si el empleador no está de acuerdo con el empleado, el empleado siempre tiene como excusa que su error tiene origen en su compromiso con su empleo.
La consecuencia de esto es que todo se hace lento y se pone en cuestión. Por ejemplo, ayer llevaron a mi mamá al quirófano. Le pregunté al enfermero en qué piso del San Camilo estábamos y él dijo: ‘En el Cuarto’. En realidad, no habia oído bien mi pregunta y se refería al piso a donde la llevaban para ser operada. Tenia hambre y cruce a la frutería de enfrente para comprar uvas y peras. Al volver, el guardia de seguridad me detuvo y dijo: ‘A donde va’. Yo le dije: ‘al cuarto, mi mamá está siendo operada’. Me respondió: ‘Pero mientras la operan usted no la puede ver’. Yo le dije: ‘Ya sé. Voy a su habitación que es 102’. Me preguntó: ‘Pero no era que la operaban’. Le dije: ‘Si, pero yo la estoy esperando en el cuarto piso mientras la operan también en el cuarto piso’. Me respondió: ‘En el cuarto piso no hay habitaciones. Solo el quirófano’. Le dije: ‘El enfermero me dijo que la habitación estaba en el cuarto piso’.
Otro ejemplo. Ahora estoy esperando en Terapia Intensiva que la pasen a su habitación de ‘piso’ en donde estará hoy y mañana para, entonces, ser dada de alta. La enfermera y luego el cirujano me dijeron que esperara aquí con ella hasta que la lleven. Sin desayunar ni almorzar y con mi mamá con el delirio paranoico post-operatorio (‘me operaron bien’, ‘yo a ese no le creo’, ‘el doctor me mintió’, ‘por qué no estás acá conmigo?’, etc) fui a preguntarle al enfermero, un tipico morocho Gauchito Gil cuando va a ocurrir lo que anunciaron que ocurriría. Les pregunté cuándo la iban a derivar porque ya fueron cuatro horas de espera. Le dije que estaba sin desayunar y me preguntó si yo desayunaba a las once?. Le dije que no y que, en realidad, era un modo de demostrar el hecho de que la espera se estaba haciendo demasiado larga. Finalmente vino el medico y pudimos tener una charla coherente respecto al hecho de que la cama que supuestamente estaba libre no lo está. Hay que tener paciencia y punto. Pero mi mamá (y la conozco) lentamente la está perdiendo. J A T
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