El problema de tener dos hogares es que, al fin y al cabo, no se tiene ninguno. Tras doce años en Londres soy demasiado inglés para la Argentina y demasiado argentino para Inglaterra. Uno queda como suspendido en un limbo de redefiniciones. Hasta hace poco todas esas sensaciones eran suprimidas por mí de diferentes formas y si algo estoy notando estos dias es que había hecho de esa supresión un hábito muy doloroso y natural. Es a esta naturalización del dolor a la que uno como emigrante termina acostumbrándose. Como drogadicto y portador de HIV, también.
En esta visita a la Argentina no viajé al centro del mundo (entendido como centro y periferia) sino en sentido dimensionalmente contrario, ya que lo hice al centro del universo, por lo menos, del mío. Esto, por supuesto, tiene que ver con el haber levantado el velo de las substancias para, y en esto soy honesto, encontrarme en terra incognita. Durante los primeros dias del viaje la pilotié bastante bien pero durante esta última semana siento que algo sube en mi y si algo sube es porque viene de ahí abajo y ese abajo no tiene que ver con el norte y el sur sino con…bueno… ahí abajo. Ahí.
Mis amigos de ambos lados del océano me hacen preguntas que no se cómo responder, algunos que ya pasaron por este aterrizaje emocional me advirtieron de él pero sin poder aferrarme a una pareja o a una carrera como ‘salvavidas u obsesiones alternativas’ que me ayuden a olvidar, lo cierto es que me siento como si estuviera caminando en Saturno. Sí, el que se com a los hijos. De hecho, es hace un par de días que siento que algo emerge como una burbuja desde dentro de mí y no sé cómo frenarlo. Es la tristeza de la partida. Es también la alegría de este encuentro y, si todo va bien, la recuperación de mi mamá. Es también agradecimiento por lo que se tiene y es también miedo por lo que viene. Mañana vuelvo a Londres pero el que vuelve no es el mismo. Lo desconocido ya no solo esta allá sino que ahora vive conmigo y cada vez puedo reprimir ese miedo menos. Lejos de acostumbrarme, cada día me sorprendo más.
Hoy, Silvia, la persona que gerencia la pensión de señoras mayores en donde vive mi mamá me alcanzó, a modo de despedida y a modo de reconocimiento por ser (lo que ella ve como) un buen hijo, supongo, una bandeja adicional con comida para que tengamos nuestro ultimo almuerzo juntos. Habiendo comido en Buckingham Palace y el Palacio Pardo de Madrid, les puedo asegurar que fue la comida más rica que comí en mi vida. Había algo eucaristico en transformar el pan en sensaciones.
Mientras escribo esto siento que estoy perdiendo esa habilidad, tan naturalizada por mí en el pasado, de reprimir las emociones. Ya no puedo. Estos últimos dos dias con mi mamá, la mostraron a ella totalmente en control de su presente afectivo al costo de dos cánceres, un marido muerto y un hijo varias veces al borde de la muerte. Sin embargo, como vemos, la vida da la oportunidad de transformar la muerte en más vida. Casi eucarística y alquímicamente. La misa (por dar el ejemplo católico) parece ser mucho mas empírica de lo imaginado por mí.
Sin poder controlar mis emociones de la manera que la gente ‘cool’ suele hacerlo (para poder serlo, supongo), me encontré comiendo helados de dulce de leche con culpa, en soledad y con olor a traspiración. Sin ir mas lejos ayer me metí en el subte y nuevamente (oh sorpresa!) empecé a llorar. Lo interesante del caso es que cuanto más trato de disimular el llanto, más húmedo resulta todo el ejercicio. A esta altura creo que soy el equivalente emocional de la enana Noelia desfilando alta costura. Es que los goles no se merecen sino que se hacen y cuando no se puede, no se puede y lo único que queda es esperar. Acostumbrado a sentir el corazòn salirse de su lugar, no soy bueno para esperar ni para pensar que todo pasa.
Creo que, en este viaje, finalmente me animé a disfrutar a mi mamá por su brillantez y no por lo que siempre falta y va a seguir faltando. Estoy aprendiendo a flor de piel que los adictos a cualquier cosa (y, convengamos, que vivimos en una sociedad de adictos) permanecemos infantes porque nunca llegamos a poder traducir las sensaciones en sentimientos. Cuando se naturaliza la insensibilidad, la vida se convierte en anestesia y cualquier intervención es entendida como una ‘operación’. Creo que en la vida todos tenemos la capacidad alquímica de transformar lo bajo en algo superior o de hacer de lo material algo sustancial. En este blog hablamos mucho de la inversión de lo bajo sobre lo alto y, si se quiere mi problema con el Kirchnerismo y ‘Belleza y Felicidad’, por dar solo dos ejemplos, es que niegan esa capacidad alquímica del espíritu humano de transformar la mierda en belleza. Ellos, en cambio, se conforman con convencerse de que lo bajo (o lo marginal o lo mera y burdamente material) esta bien así como es. Es por esto que Nordelta y Hebe de Bonafini son dos caras de la misma moneda y yo me niego a vivir mi vida de acuerdo a esa moneda.
Ayer salí a caminar con mi mamá por Plaza Italia y un borracho (y posiblemente, paquero) estaba desmayado en medio de la plaza. Mi mamá dijo: ‘Todo parece estar perdido’. No pude omitir palabra. Poco después me dijo: ‘Me siento bien después de la caminata’ y agregó: ‘No todo está perdido’. J A T
MIRA LA PASTELA DEDICADA A CARLOS ALONSO
