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COSAS QUE ODIO DE BUENOS AIRES: TENER QUE ESPERAR PARA PAGAR

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COSAS QUE ODIÉ EN BUENOS AIRES

Vivir en otro país conlleva la naturalización de cierta costumbres que luego, al volver se convierten en aspectos a comparar y, muchas veces, generan fascinación. Algo que nunca cesa de sorprenderme en mis visitas a Buenos Aires es la mala calidad de la atención al cliente. Sin embargo, en este ultimo viaje lo que me particularmente me llamó la atención, al respecto, es como el tiempo parece detenerse cuando uno entra a comprar algo. Es como si ponerse en manos de los empleados de bares o cajeras de negocios planteara un tipo de temporalidad distinto al de la calle y similar al de los cortes y los feriados largos. Esto se debe a cierto desgano al momento de cobrar por los servicios prestados o bienes vendidos.  Si bien esto es, mas bien, parte de la experiencia de la compra, la experiencia del acceso a la caja y la espera en una cola plantea un ethos que podría caracterizar como propiamente argentino. Lo que llama la atención es la paciencia de los clientes.

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En el discurso de la presidenta, uno puede delinear un modo de entender la economía en la que el sector privado se retrae y el sector publico pasa a ser el principal empleador. Las cifras usadas por la presidenta plantean como parámetro de comparación el año 2003, inmediatamente posterior al colapso bancario. El problema es que el Estado ha absorbido mediante una reduccion del sector privado via impuestos, expropiaciones varias y endeudamiento futuro una gran parte del poder económico. Hoy las tres cuartas partes de la población viven del Estado y no necesitan de ningún criterio de eficiencia para recibir su sueldo a fin de mes. Esto transforma al trabajo en un mecanismo de redistribución del ingreso y no en un instrumento para la productividad y la eficiencia. Esto es obvio en la Argentina de hoy. Es esta relación entre eficiencia, servicio y precio que hace a nuestro querido país increíblemente caro, incluso, para alguien como yo que vive en una de las tres ciudades mas caras del mundo, Londres. Tomemos como ejemplo el Café Havanna o el Café Martinez en donde la calidad del café no es ni artesanal ni premium (de acuerdo a los estándares internacionales) y cuya atención es distante y, con escasas excepciones, mala. Vale decir que en lugares como Milan, Nueva York o Londres el cafe ha devenido un objeto de calidad. Los baristas hacen cursos de meses para aprender a hacer el cafe con determinada cantidad de espuma y con el corazoncito formado artísticamente sobre ella. En Argentina nada de esto pasa. El cafe es un liquido blanco sobre el que se agrega una espuma blanca y chau pichi. Un cafe y una porción de torta en uno de estos lugares alcanza inmediatamente los 100 pesos. Este precio es equivalente al de New York o Londres sin, ni remotamente, brindar la misma calidad del cafe y, ni qué hablar, del servicio.

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Sin embargo, un costo adicional del ‘servicio argentino’ es, como dije al principio, el tiempo que a uno le lleva pagar (aquello que, de por sí, es caro) . Uno no solo paga por un servicio y una calidad que nunca parecen llegar sino que ademas pierde el tiempo. En una ocasión, me senté en el Café Martinez de Plaza Italia (Uriarte y Santa Fe) a metros de la caja en donde pude escuchar con detenimiento los comentarios que los empleados hacia sobre los cliente y, más específicamente, cómo los hacían esperar. Sorprendía oír la suicida satisfacción de estos tres empleados quienes, por alguna razón, piensan que el mal servicio que brindan no los afecta. Eran dos hombres y una mujer. Todos feos y poco aspiracionales. Con esto quiero decir que este tipo de persona es la que no puede reclamar ni construir valor a partir de su apariencia, sexualidad o sentido del ‘cool’, al menos, a primera vista. Esto para mí, para ser honesto, es un plus ya que no soporto a los mozos o vendedores de ropa ‘aspiracionales’ que tratan de convencernos de que lo único que queremos como clientes es ser ellos. Sin embargo, en Café Martinez, la moza estaba comentando con su compañero, quien parecía ser un gay reprimido, lo ‘viva’ que era por ‘harcerse la boluda cuando los clientes le pedían la cuenta’.

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Cuando decidí traer a Londres, la copia del fotomontaje digital con mi retrato que el artista digital Seedy Gonzalez Paz generosamente me obsequiara, decidí comprar uno de esos tubos de plástico para evitar que se arrugara durante el viaje en avión. Fui a un local especializado en productos de arte y rápidamente encontré lo que buscaba. Lo primero que me sorprendió fue su precio (250 pesos). Veinte dólares por un tubo de plástico es aquí y en la China, un mal chiste. Sin embargo, en el apuro fui a hacer una cola que diez minutos mas tarde casi no se había movido. Dejé el tubo y me fui. De más está decir que la copia del fotomontaje ya está en Londres sana y salva. Buenos Aires se perdió el negocio. Le importa? No creo y ese es su gran problema. Digo esto porque Argentina necesita redefinir su relacion con el servicio si quiere mantenerse en la modernidad. J A T

MIRA LA PASTELA DEDICADA A JORGE GLUSBERG



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