Voy a hacer la siguiente reseña en tono serio para que mi punto se entienda con la mayor claridad posible. Digo que la voy a hacer con tono serio porque se trata de una muestra que cuenta con el RRPP Javier Iturrioz como ‘curador’ y que fue halagada en un texto pasablemente escrito por Alicia de Arteaga. La muestra en cuestión es la de caballos de Vivianne Duchini en el Museo Nacional de Arte Decorativo.
En un artículo publicado el día de ayer en La Nación, Alicia de Arteaga hace lo posible para no hablar de las obras. De los ocho párrafos que pueden leerse cliqueando aquí, sólo uno esta dedicado a la obra de Duchini. El resto tiene que ver con esa fascinación de clase media que de Arteaga parece tener por todo aquello que se vincule a la Belle Epoque en Buenos Aires y que justifique sus suspiros y signos de exclamación. Quizá sea por eso que Alicia de Arteaga crea que uno de los caballos de Duchini ‘parece dispuesto dispuesto a emprender vuelo contra el fondo de la piedra París del Palacio Errázuriz, construido por encargo del embajador chileno Matías Errázuriz, según proyecto del francés René Sergent, a comienzos del siglo XX. Este edificio espléndido, patrimonio de Buenos Aires, es desde 1937 Museo Nacional de Arte Decorativo. Un ámbito perfecto para la retrospectiva de Vivienne Duchini, que ubica su obra en las mismas coordenadas estéticas y temporales de la casa de los Errázuriz, en un diálogo natural con los retratos de Sorolla y los interiores franceses’. Son las condiciones de ese ‘diálogo natural’ entre los ‘retratos de Sorolla y los interiores franceses’ y los caballos de Duchini que de Arteaga nunca explica. Vemos como tras mencionar a la ‘artista’, de Arteaga se limita a hablar del lugar que parece ser lo que hace que esta artista tenga algún tipo de relevancia para nosotros. La pregunta es entonces: por qué está ahí?
Dicho de otro modo, lo que me parece interesante del texto de La Nación es la, yo diría, desesperación en justificar la realización de dicha muestra en nuestro Museo Nacional de Arte Decorativo. Quizá esa sea la razón por la que de Arteaga dice: ‘Para Vivianne Duchini fueron los caballos en su entorno natural, en la pista de salto y en la pampa de horizonte infinito. De formación académica, estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en los talleres de Aurelio Macchi, Rubén Locaso y Leo Vinci. Su primera muestra, lógica pura, fue en la galería de arte del Club Hípico Argentino. Más tarde, sus perros de pátina clara escoltaron por años la vidriera de Colección Alvear de Zurbarán.
Una tropilla al galope con su firma se recorta contra la fachada del hotel Four Seasons y ,en poco tiempo, la rotonda de Márquez y Rolón, en San Isidro, tendrá su yegua con potrillo Bajo la luna’. Pero el haber estudiado escultura y haber logrado vender algunas piezas a coleccionistas públicos y privados no justifican la utilización de un museo nacional para su consagración y, posiblemente, valuación monetaria. Para qué estamos usando los museos? Qué enseña esta muestra? Explora a los ‘animaliers’ del siglo XIX y el modo en el que dicho genero fue coleccionado en el Rio de la Plata? No, nada de eso. Para eso se hubiera necesitado un curador que ‘curara’ históricamente la obra. Sin embargo, lo que tenemos es a Javier Iturrioz. Veamos…
Con experiencia en decoración de fiestas y de vidrieras (llegando a su consagración en la vidriera del local de Hermés sobre la Avenida Alvear), Iturrioz se limitó a (como dice Alicia de Arteaga) ‘hacer el montaje’. Sin embargo, no hay aquí trabajo curatorial que justifique la inclusion de la obra de esta artista ‘contemporanea’ en diálogo con la colección del museo. Cuál es la relevancia más allá del material (bronce) y el tema (equino) de esta mujer para el MNAD.
De Arteaga justifica la relevancia de esta muestra en relación a lo ‘paquete’ del edificio y del tema y, también, a lo ‘macanudo’ de que ‘Vivianne Duchini haya pasado su vida cerca de los caballos, es una jineta excepcional y desde muy temprano en la vida tomó el lápiz para dibujar y luego, con pasión, eligió la escultura; esa destreza, que según escribe Bellucci en el catálogo de mano’. Si una muestra sin la más mínima relevancia histórica tiene un catálogo firmado por el Director de un Museo (eminentemente histórico) es porque hay más razones que las por mí expuestas para usar a uno de nuestros museos nacionales para la consagración de un artista comercial. Qué estamos haciendo con nuestros museos? Qué hace Iturrioz ahí? Y por qué Alicia de Arteaga dejó, al menos por diez minutos, de escribir sus habituales incoherencias para tratar de justificar (de manera más o menos efectiva) la venta de un producto? Es todo muy raro en Buenos Aires. J A T
MIRA LA PASTELA DEDICADA A JUAN CARLOS DISTÉFANO
