Era el año 1999 y el jóven Milo Lockett se juega a todo o nada y pone la franquicia de la marca de remeras y bermudas para skaters Cristobal Colón en el Chaco. Estos comienzos dan la pauta de que Milo artista, lo que se dice artista, nunca fue sino que él es genéticamente empresario. En el 2001, todo se va al carajo con la salida del 1 a 1 y el fin de la convertibilidad y Milo cae, no muy lejos del Impenetrable, en la miseria con lo que Milo es penetrado por la realidad.
Allí tiene un epifanía como la del Emperador Constantino frente al Rio Milviano pero, en el caso del chaqueño, no es la cruz lo que ve en el cielo sino el signo pesos y decide montar un taller serigráfico para afanar los diseños de la ropa importada y re-imprimirlos en remeras nacionales ya que ahora las importadas eran prohibitivas. Es en el mundo de la serigrafia remeril en donde explota la creatividad de este gordín.
Con sus remeras al hombro viene a Buenos Aires a las ferias de ‘lo nacional’ que empezaban a aparecer. El ambiente de ‘lo nacional’ es una suerte de punto G de la Chanchorena que, no me pregunten por qué ya que solo Dios lo sabe, la Chancho y Milo terminan comiendo a solas tras que la Chancho pasa por su stand y le dice: ‘me podés hacer esto en pinturas de 2×2?
intuyo que nos vamos a llenar de guita!’.
En otras palabras, Milo Lockett es un invento de Teresa Chanchorena quien, en lugar de usar su energía en la Legislatura de la Ciudad, en donde era Concejal y supongo yo que es un trabajo ‘full time’, estaba buscando negocios mientras los contribuyentes le financiaban su ‘tiempo libre’. La Chanchorena es así doblemente hija de puta: la primera vez por gnocchi y la segunda vez por odiar al arte, creando semejante monstruo.
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