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MALA CURADURIA BAJA LA CALIDAD DE LA ANTOLOGIA DE HUMBERTO RIVAS 1967-2007

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En el marco del Festival de la Luz, la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta presenta una muestra antológica dedicada al fotógrafo argentino Humberto Rivas. Para empezar, debe decirse que la calidad técnica de su fotografía es excelente pero los problemas comienzan a surgir en su vocación por transformar todo lo que toca en arte. En tal sentido, de entrada, el problema de esta muestra es la funcionalidad servil del curador que en lugar de adoptar una posición independiente y distanciada parece tan fascinada con Rivas como el parece estar de sí mismo. El resultado de esto es un show derivativo del canon artístico de la fotografía internacional del siglo XX que muestra a Rivas como copiando muy de cerca a Eugene Atchet y Robert Mapplehorpe. 

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Como es bien sabido, Rivas ha sido uno de los promotores de la fotografía como arte en la Argentina y decidió serlo a base de producir imágenes que son facilmente asociables con la obra de otros fotógrafos canónicamente reconocidos como artistas. En otras palabras, Rivas pone a disposición de la copia su gran maestría técnica y termina haciendo lo que, de algún modo, caracteriza al arte argentino, en general, que redunda en una suerte de traducción abaratada de lo que se está haciendo en el exterior. El problema que esto plantea es que Rivas es un muy buen fotógrafo que produjo un puñado de maravillosos retratos e imágenes que podrían haber sido protagónicas en esta exposición. Sin embargo,  la falta de criterio curatorial de Lauria (y su chupamedismo, diría yo) terminó hundiendolos (a ambos) en lo que esta muestra evidencia como un mar de copias e inspiraciones. 

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La exposición está curada de manera circular de izquierda a derecha y funciona longitudinalmente a un lado y el otro de la sala. El problema con esto es que el orden circular y el longitudinal se dan de frente por la distancia entre las imágenes cuando el espectador comienza el circulo. En otras palabras, una disposición temáticamente longitudinal solo puede hacerse en un pasillo y nunca en un circulo del tamaño de la Sala Cronopios. Ese es el primer gran error de Lauria.

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La muestra comienza con un texto de la curadora en el que se nos informa que en la obra de Rivas ‘todo es retrato’, incluso los edificios y las cosas. Podria haber dicho que todo es naturaleza muerta pero por alguna razón decidió decir que ‘todo es retrato’. En el siguiente párrafo se hace evidente la razón de semejante asociación que se debe a su voluntad de ‘densificar espiritual, formal y materialmente’ al punto de lo ‘metafisico y meditativo’ ’la carnalidad, vitalidad e individuacion’ de los objetos. A esta altura uno comienza a percibir cierta vocación surrealista en el intento de Rivas de transformar sus fotos en ‘arte’. El problema es que esta estrategia no es nueva sino más bien un cliché después que el MOMA hubiera consagrado a las imágenes del fotógrafo francés Eugéne Atchet cuya fotografía “El eclipse” (1911) fuera publicada en la portada del N° 7 de la revista La Révolution Surrealiste como ‘el paradigma del arte fotográfico’. 

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Digo esto porque si uno fotografía un objeto cualquiera (y qué decir de un edificio vacío) en blanco y negro y sin gente, el efecto inmediato es muy De Chirico con toda la carga de surrealismo que esto conlleva. Si esto se hace con caras y cuerpos, el efecto se acerca mucho al logrado por Robert Mapplehorpe con sus estudios ‘neo-clásicos’ del cuerpo humano. 

A pesar de esto, la muestra de Rivas comienza bien arriba con sus maravillosas fotos de personajes de la cultura de 1979 como Romero Brest (fotografiado como un Truman Capote de las Pampas), Robert Aisemberg (con pilo frisado y a lo brancusi), Jorge Luis Borges (vestido a lo Humphrey Bogart, flaco y divino) y una foto de perfil de Romulo Macció que es, quizá, mi foto preferida en este show. Luego Lauria salta a 1999 a las fotos de queers y aqui la asociacion con Mapplehorpe es demasiado directa. Luego Lauria cuelga las fotos de Cristina, Mary y Lourdes. Las tres son mujeres duras que inspiran respeto y sexualidad. Estas fotos son también de 1979 y uno se pregunta por qué la curadora decidió intercalar aquellas más recientes. Inmediatamente después hay una pequeña sala con maravillosas fotos de un viaje que hiciera el fotógrafo por el Norte argentino cuyo efecto es ‘norteamericanizante’. Los homenajes a la fotografía de paisaje norteamericana de principios de siglo es evidente y su maestría técnica es obvia sobretodo en una foto de un rio y su bruma tomada desde arriba de un valle que vale por sí sola la visita al Recoleta. 

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Sin solución de continuidad, el lado posterior de la sala muestra una exagerada seguidilla de fotos de edificios que recuerdan demasiado a Eugene Atget. Fotos sacadas en Londres, Francia y Barcelona se intercalan con fotos de Barracas y el Gran Buenos Aires. Son buenas pero derivativas y aburren. Inmediatamente después tenemos los retratos de Marilina Ross y Marcia Schvartz que son una maravilla. El retrato de la primera es la mejor foto que vi en mucho tiempo y uno se pregunta, en este punto, si esta muestra le esta haciendo algún favor a Rivas, exagerando la importancia de la fotografía de arte de corte surrealista en detrimento de sus retratos de artistas. Tras ver su retrato de 1999 de Federico Klemm, tengo la sospecha que esta antología fue un error así como está ya que la foto de Klemm también es maravillosa y uno tiene la impresión de que tanto el artista como la curadora en su apuro por ser tomados en serio se olvidaron de resaltar lo único (pero suficientemente) bueno que hizo Rivas. Just a thought.

CANETE/LANATA 

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