Hace 60 año el MoMA de Nueva York decidió tomar a la arquitectura Latinoamericana como objeto de estudio. Para eso puso al curador Henry Russell Hitchcock, a cargo de la identificación y registro fotográfico de los edificios más significativos construidos durante la década previa. El resultado fue la imposición de una teoría o, mejor dicho, un canon de la arquitectura de la región en la que el Norte imponía sus prejuicios sobre el Sur. Desde ya me refiero a ese modernismo tropical que encontraba su pináculo en Oscar Niemeyer como una adaptación del modernismo de Mies van der Rohe y Le Corbusier a la realidad de la jungla. Al hacer esto dejó fuera numerosos edificios de valor fundamental para entender lo acontecido en estos lares durante esos años por la simple razón que no encajaban en su teoría.
Esto, hasta ahora ya que desde la semana pasada, el MoMA se redime con una necesaria muestra que debería haber sido por el MALBA si fuera un museo en serio. El titulo de la misma es ‘Latin America in Construction’ y muestra el modo como desde Cuba hasta Chile, desde Méjico hasta Argentina, las ciudades de la región fueron no solo centros de intercambio sino también lugares en los que todavía se podía soñar un mundo mejor. Tras ver esta muestra es difícil no pensar que ese futurismo sórdido reflejado por Ridley Scott en Blade Runner, ya está aquí. Si el desarrollismo caracterizó a los años del optimismo, la arquitectura actual nos muestra un modelo Macrista en el que los edificios son impenetrables y un modelo Kirchnerista en el que las villas miserias son naturalizadas.
A diferencia de esto, los sesenta en el desarrollo urbano y arquitectónico latinoamericano fueron los años en los que grandes proyectos estatales creaban ciudades como Brasilia o apuntaban a dar vivienda a todos los cubanos. Esos no eran épocas de subsidios sino de inversión. Depende de qué lado del espectro ideológico nos coloquemos para llamar a estos gobiernos dictaduras o democracias y, lo cierto, es que poca importa ya que ese espíritu desarrollista trajo aparejado, según lo dicho por el curador de la muestra, Barry Bergdoll, una ‘poética’ y es esto lo que esta muestra logra transmitir tan bien.
A través de imágenes, fotos, películas, maquetas y planos, Bergdoll incluye edificios que no pueden dejar de considerarse parte fundamental del canon ya que presentaban un diálogo de igual a igual con el Primer Mundo. Las iglesias rurales de Eladio Dieste establecen un diálogo con Ronchamp. Los complejos habitacionales de Rogelio Salmona en Bogotá son la concreción de la utopía de la articulación de lo publico y lo privado; un banco porteño diseñado por SEPRA arquitectos y Clorindo Testa deja a su contraparte diseñada por Paul Rudolph y Richard Rogers como muy inferior, sin decir que lo de Testa fue bastante anterior. Algo similar ocurre con la escuela de arquitectura de San Pablo de João Batista Villanova Artigas y Carlos Cascaldi, por un lado y Lina Bo Bardi, por el otro que transforman al brutalismo y al modernismo en edificios que parecen suspenderse en el aire.
Pero estos diseños no eran solo ‘livianos’ sino también participativos e inclusivos. Esa es la maravilla de la arquitectura latinoamericana y, esto es lo que los norteamericanos nunca pudieron entender. Es casi paradojico que este tipo de construcción sea celebrado en ese monstruo de la arquitectura corporativa como lo es el MoMA de Pei. J A T
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