La pelea de anoche fue interesante porque expuso como pocas veces antes las contradicciones éticas de un público que no sabe qué hacer con su culpa. Cuando Floyd Mayweather subió al ring del MGM Grand Garden, el público pareció desorientado frente a un ‘showman’ que entendió perfectamente que hacer de villano tanto en el deporte como en la vida real reditúa y mucho. Es así como tras un breve silencio, ese publico se decidió a abuchear a quien, paralelamente, los fascina. Tanto Mayweather como sus sponsors disfrutaron cada momento.
Mayweather fue, indudablemente, el mejor en todo sentido y al serlo puso sobre el tapete las contradicciones culturales de una sociedad que no sabe qué hacer con el evidente desfasaje existente entre Mayweather deportista y Mayweather persona, esposo y padre de familia. A esta altura no hay dudas de que este hombre es poco menos que un psicópata. Varias veces se confesó culpable frente a un juez de pegarle a su mujer, a su novia y de intimidar a sus hijos. Incluso, llegó a servir una corta sentencia en la cárcel por más que trate de disimularlo estos días negándose a hablar de esto con la prensa.
El público lejos de condenarlo tendió a hacer la vista gorda para poder disfrutar de lo único que le interesa: el pan y circo. Este disfrute no solo tuvo que ver con la posibilidad de verlo pelear sino, y sorprendentemente, con comprar todo aquello que tuviera para vender como sus gorros (con la inscripción ‘Black Money’) y sus T-shirts (con la inscripción ‘Pretty Boy’). Sin ir más lejos, Mayweather tuvo el margen mental para agradecerle a su sponsor (de relojes) por el apoyo, al final de la pelea.
La pelea en sí misma tuvo el mayor tipo de anticipación que se recuerde. El modo en el que el publico se inclinó por el filipino Pacquiao agregó a la emoción de una noche en la que dos veteranos se enfrentaban en un encuentro de $300 millones. El filipino de 36 años y Mayweather de 38 se marcaron mutuamente durante los primeros rounds saltando y esquivando como si estuvieran tanteando el fisico del contricante. El método durante los primeros cuatro rounds tuvo como unidad de golpe al jab que muy puntualmente iba a la cara de manera casi frontal para inmediatamente pegar saltitos cortos hacia atras.
Mayweather comenzó ganando en los dos primeros rounds. Luego Pacquiao hizo lo suyo con sus avances saltarines casi histéricos que tendían a colocar al más corpulento Mayweather en un ángulo que casi siempre acababa contra las cuerdas como si quisiera cansarlo. Entre los rounds, Floyd Sr, el entrenador de Mayweather, lo golpeó en el pecho y le ordenó que atacara. Y eso fue lo que hizo. Desde el cuarto rounds, Mayweather fue avanzando poco a poco, colocando su cuerpo sobre su rival, buscando un espacio desde donde golpear el KO. Esto fue relativamente facil para él debido a su altura y al alcance de sus brazos.
Por su parte, el entrenador de Pacquiao, Freddie Roach, le pedía a su discípulo que se moviera hacia los costados como para cortar con ganchos y pegar bajo. Para esto, necesita un traductor que parecía traducir en veinte palabras lo que su entrenador decía en cinco. Hacia el final, Pacquiao estaba cansado de saltar y moverse en forma de ’T’ hacia un lado y otro de Mayweather. Los uppercuts empezaron a acortarse y a encorvarse. Es en ese punto en el que lo que en un principio es ágil pasa a ser pesado.
El decimosegundo round lo encontró al filipino desorbitado y sin control. Mientras tanto, Mayweather seguía marcando su avance. Fue ahi cuando sonó la campana y Pacquiao levantó sus brazos creyendo que había ganado el encuentro pero lo cierto es que nada estaba claro. Minutos después los tres jueces le daban unánimemente la victoria por puntos a Mayweather. El campeón ahora estaba 48-0. Invicto.
Fue allí cuando Mayweather volvió a su verdadero personaje, el malo de la película. El sabe que cuánto más antiético y desagradable parece, más su público adora odiarlo. Vale recordar que este señor estuvo preso por pegarle a la madre de sus tres hijos y una reciente novia lo acuso de violencia doméstica también. Es increíble ver cuanto se le perdona a todo aquel que nos haga olvidar, al menos, por una hora de la miseria de nuestra existencia. J A T
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