Michelle Obama, el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio y el director del Whitney Museum, Adam D. Weinberg acaban de inaugurar su nueva sede diseñada por Renzo Piano. Según la crítica de arte del New York Times, Roberta Smith, visitar el nuevo edificio es como ‘caminar en las nubes’ ya que en él se ha logrado amalgamar las necesidades de la colección (generando mucho más espacio para su exhibición) y las necesidades del público (haciendo al edificio mucho más comfortable).
Según Smith, el diseño de Piano es el primer triunfo neoyorquino tras varias renovaciones de instituciones museísticas que podrían ser consideradas fracasos como por ejemplo, las dos expansiones del MoMA, la del Guggenheim, las dos del Brooklyn Museum, las dos de la Morgan Library, el nuevo edificio del New Museum y la nueva sede del American Folk Art Museum. Y agrega: ‘Ahora, el Whitney está a otro nivel. El arte luce mucho mejor en el nuevo edificio y es increíblemente comfortable’. Creo, sin embargo, que el edificio de Renzo Piano encarna las contradicciones de lo que podríamos llamar ‘las instituciones de turismo cultural del capitalismo tardío’. Digo esto porque si bien a lo que parece dársele prioridad es al visitante, lo cierto es que todo parece estar diseñado para que el visitante no llegue a sentirse demasiado cómodo. Es esta paradoja que me interesa explorar.
Algo similar pasa con el High Line de Nueva York. No es un lugar en donde uno se pueda perder y en el que uno tenga opciones sino que es mas bien una suerte de cinta giratoria en la que uno no puede ni siquiera adelantarse al que va a adelante de uno. El High Line funciona como una ‘cola’ de supermercado. En él no hay diferentes caminos sino ‘un’ camino. El visitante no tiene opciones sino que se le da la opción de retirarse pero para eso también tiene que esperar. En cierto modo, esta es la lógica de la cadena de producción serial y comparte el tipo de inercia muerta de la escalera mecánica.
Desde sus orígenes, museos como el Louvre o el Prado fueron diseñados como corredores intercomunicados en los que el visitante puede perderse para volverse a encontrar tanto metafórica como literalmente. En el Whitney, sin embargo, el visitante solo puede ir de ‘area de encuentro’ a ‘area de encuentro’, sólo para ser empujado hacia la salida tras un determinado tiempo. En tal sentido, la experiencia del museo se está pareciendo cada vez más a la del teatro o, mejor dicho, del cine o la televisión.
No sé en Buenos Aires pero en Londres y New York proliferaron los restaurantes con mesas comunales en las que uno se sienta supuestamente para compartir con el resto pero, en verdad, lo que ocurre es que nadie habla con nadie y apenas se termina la comida, el restaurant parece utilizar la timidez del comensal para sacárselo de encima. Es esto lo que hace el Whitney? Juntar a los espectadores en lugares comunes solo para que su timidez y rechazo los haga obedecer al horario estipulado en sus tickets (que tienen horario de entrada y salida) y procedan a retirarse.
Lo que Renzo Piano hizo fue distribuir el lugar de reunión que uno encuentra en el atrio (por ejemplo, en el MoMA de Pei) en diferentes sub-lugares; a saber: las escaleras, las terrazas y el auditorio. De este modo, las vistas del Hudson y Greenwich Village compiten con el arte que pasa a un segundo plano en medio de la masa que se saca fotos y es, desde ya, siempre, muy cortesmente, invitada a retirarse. La pregunta es, entonces, qué tipo de hombre y mujer este tipo de arquitectura está generando? Es como que lo importante para este tipo de arquitectura es fascinar sólo para expulsar. J A T
BILL CUNNINGHAM Y LA MODA EL DIA DE LA INAUGURACION
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