El lector Francisco recuerda los comienzos musicales de Adrian Villar Rojas:
‘Me acuerdo hace años, antes de que la fama le pasara por encima, que el muchacho tocó con su guitarra indie en una de esas pequeñas galerías-librería de la pequeña noche artística emergente de Capital Federal. Aún ahí, con la frescura que teníamos todos, que no era inocencia sino conocimiento fraccionado, un asunto de escalas, aún entonces ya se veía entre un poco raro y un poco “innovador” si se quiere, esos alaridos en voz baja, adecuados para esa ágora diminuta de la librería galería, en donde un puñado de jóvenes egoistas, prepotentes y bastante hijos de papá, luchaban por emerger mientras pasaban bien, algo válido para un medio que calca lo perverso y lo reproduce usando stencils. Me da un poco de pena, ahora que la escala lo supera, que se preste para esas cosas, porque parece un adolescente cherokee en una subasta de blancos. Ojalá deje de pelear contra el “destino manifiesto” porque todos en algún momento nos alegramos de su éxito, merecido, y de su proyección internacional. Son pistas para no perderse’.
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