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MACCHI
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DOUGLAS GORDON. CUYA OBRA SE LLAMA PARADOJICAMENTE ‘DEJA VU’
PERO MACCHI LO MECHA CON UN TOQUE DE ED RUSCHA, COMO TODO LO QUE HACE, ESPECIFICAMENTE EN EL CONCEPTO DE SU ‘SCREAM’
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SI NO LEISTE MI RESEÑA SOBRE LA MUESTRA DE JORGE MACCHI EN EL MALBA, LO PODÉS HACER AHORA…
JORGE MACCHI UN ARTISTA DE LO PEQUEÑO LLEVADO A ESCALA MONUMENTAL POR LA AMBICIÓN DE SU COLECCIONISTA COSTANTINI![maxresdefault]()
Jorge Macchi es un tipo ingenioso. Sin embargo, el ingenio, como el gusto, depende de su contexto histórico. En la Inglaterra Isabelina lo llamaban (y lo siguiente haciendo) ‘wit’. En Francia, lo llamaban ‘esprit’ y en la España del Siglo de Oro fue el motor del ‘conceptismo’ de Cervantes, Gracián y Velázquez. Allí nada es lo que parece ser y la ironía es usada como figura retórica de desplazamiento en la que lo que se dice, en realidad, quiere decir otra cosa. La muestra de Jorge Macchi tiene esto de la ironía porque es por un lado ingeniosa y, por el otro petulante y todo está cruzado por un homenaje al caligrama de Guillaume Apollinaire y a Ed Ruscha que oscila entre el plagio y la mera aplicación de un concepto ajeno en un nuevo medio, a saber: el video arte y la proyeccion en la pared de la sala.
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Sin siquiera saberlo ni intentarlo, el texto del curador, Agustín Perez Rubio pone una lupa en todos y cada uno de los puntos débiles de la muestra. Desde ya, me refiero a su flagrante teatralidad. Si el arte, para ser arte tiene que ser anti-teatral, osea, mostrarse como si no hubiera sido hecho para ser visto, todo, en esta muestra, con un par de excepciones, se presenta como una ‘pirueta teatral’. Para peor, el texto del curador parece obsesionarse con los aspectos ‘dramáticos’ de la obra diciendo que ‘lo importante son las atmósferas’, ‘alude al mundo como un teatro de la melancolía’, ‘tiene una dimension entre metafisica y misteriosa’, y las banalidades pseudo-teatrales siguen. Dicho de otro modo, al entrar el espectador recibe una serie de instrucciones de cómo debe ‘experimentar’ en un plano ‘psicológico’ y ‘sentimental’ estos ejercicios de ingenio conceptual, fríos y distantes, por definición. Hablar de ‘atmosfera metafísica’ cuando se enfrenta al espectador con objetos vaciados o aislados en una sala pintada de blanco es un poco facilista por no decir un lugar común.
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Tras entrar el espectador se enfrenta con un homenaje a la Ciudad de Buenos Aires a través de su escudo (tapado con clavos doblados) y una especie de mapa del subte de Buenos Aires en donde el espectador puede tocar botones y escuchar el sonido grabado en dicho lugar. Esta suerte de mapa urbano a traves de sus sonidos, visto, desde el punto de vista de su tamaño y escala (varios metros por varios metros) aparece como algo innecesario y allí, el espectador comienza a percibir algo que se repite en toda la muestra que es un serio problema entre la relevancia y la magnitud de la escala de exhibición. Luego le llega el turno a los mapas urbanos vaciados en donde lo único que quedan son las calles (el resto es hueco). El título de una de estas obras es ‘Guia de la Inmovilidad’ y lo que queda en evidencia es el juego de opuestos o contradicciones retóricas entre lo que Macchi presenta visualmente al espectador y aquello que es indicado mediante el titulo. Estos son los pilares del proyecto de ‘ironía visual’ de este artista y a este nivel, hay que prestar atención a la palabra como ‘desorientadora’ en tanto retrato descorporizado del mismísimo Macchi. Esta apelación a la elasticidad ética de Macchi es el que el espectador no puede dejar de pensar en los evidentes problemas de conservación de este tipo de obra que no llegará a los veintinco años de duracion. Este arte puede ser considerado efimero lo que le agregaria otra capa de ironia o irresponsabilidad a la obra, depende del punto de vista del que pretenda mirárselo.
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Cerca de estas obras hay una mesa, en la que se colocan unas estructuras de alambre que simulan ser los esqueletos de los mapas desdoblados. También vaciados, estos objetos refieren directamente a esas piezas participativas de Lygia Clark en las que el espectador es invitado a tocar pero, en este caso, un cartel, ignorado por una de mis acompañantes, advierte: ‘No tocar’. Una vez más, el espectador recibe instrucciones muy rígidas y precisas de cómo reaccionar frente a la obra mientras que la forma invita a otro tipo de acción. Es esto parte de la intencionalidad del artista o otro capitulo de ese proceso de distanciamiento que este tipo de arte parece plantear. La segunda parte de la sala tiene una fila de fotos casi zenitales de cruces de calles con dos autitos de juguete en colisión. El parecido de esta obra con ‘Selma Meets Vine’ de Ed Ruscha (con el agregado de los juguetitos Liliana Porterescos) es sorprendente y casi literal y ahí el ojo entrenado empieza a prestar atención al diálogo/alusión/copia que Jorge Macchi establece con el artista losangelino. El reloj que parece esconderse como el sol o la luna marca la otra avenida de trabajo de Macchi que es la ironía visual vinculada en la historia del arte con Guillaume Apollinaire quien, sorprendentemente, no es mencionado en ninguna de las reseñas que lei de este artista (ni por Perez Rubio ni por Alan Pauls para El País de Madrid).
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Un ‘caligrama’ es una composición poética en la que la disposición tipográfica intenta representar el contenido del poema. En este caso, Macchi se deshace del poema y hace que la proyección en la pared represente su función, así si Guillaume Apollinaire escribe el poema sobre una mujer con la forma (el ordenamiento de las oraciones) como si fuera esa mujer, Macchi transforma al reloj (que supone indicar el pasaje de las horas) en el sol (que sube y se pierde en el cielo con el paso de las horas).
Frente a ella hay una obra con dos vidrios rotos exactamente iguales. La maravilla de esta obra radica en la identica exactitud de la rajadura. Sin embargo, cuando uno mira mejor las rajaduras no son idénticas sino que pretenden serlo. Si bien esta obra se presenta como un ejemplo virtuoso de intencionalidad, al estilo de Charles Ray en su ‘Hinoki’ (2007) donde reproduce con exactitud y tras años de trabajo y colaboraciones diversas, un cipres encontrado al costado de la ruta. Lo que en Charles Ray es un monumento a la intencionalidad titánica del artista, en Jorge Macchi es la pretensión de la intencionalidad total que se desarma en el acto de la mirada. Frente a este obra tenemos a ‘Cuerpos sin vida’ (2003) en la que los textos de la narrativa de asesinatos y sucesos policiales están pegados sobre una cartulina larga y apaisada de manera horizontal tocandose solamente en el centro (que ordena la ‘composición’) en donde las palabras ‘El cuerpo sin vida’ se repiten y acercan literal y físicamente. Es aquí en donde el diálogo con Ed Ruscha continúa y para esto estoy pensando en obras como ‘Scream’ (1964) en donde el texto es representado con la indicación gráfica de la expansión del sonido. En el caso de ‘Cuerpo sin vida’, la repetición del texto en las notas periodisticas de la sección de ‘policiales’ de los diarios (cortados en largas tiras) es representada como un bloque repetitivo. El concepto es el mismo que Ruscha con la sola variación del caso elegido (notas policiales). Muy cerca de esta obra tenemos al conocido ‘Speakers Corner’ en el que Macchi cuelga con chinches el texto físicamente vaciado, originalmente en forma de cita, tal como aparece publicado en los medios gráficos ‘entre comillas’. Es imposible no referirse a la dimensión alegórica de este texto vacío. En este juego permanente de alusiones e ironías, sin demasiado sentido, el espectador empieza a recibir un mensaje que está vinculado con el modo en el que la palabra funciona en el contexto social de colgada de estas obras. Si se quiere, el cubo blanco de la galería se convierte en la gestallt de una escena social en la que no importa lo que se diga con tal que sea dicho entre esas paredes. La palabra como algo sin efecto en la realidad. Y esto lo coloca en las antipodas de Ed Ruscha para quien la palabra flota en un plano autónomo con el poder de la abstracción. Para Macchi la palabra parece ser o bien nada o bien un mero juego de sonidos.
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Desde mi punto de vista y tambien desde el de aquellos que me acompañaron, la obra ‘Metrópolis’ es la mejor de la muestra. Dentro de la serie del vaciamiento de textos, esta vez Macchi vacía los obituarios y los superpone como si fuera un edificio de monoblocks o el area de los nichos en el cementerio de la Chacarita. Austera y suscinta es quizá la única obra que le presenta al espectador la oportunidad de hacer algún tipo de conexión espiritual que no dependa sólo de él o del texto de Agustin Perez Rubio posteado en la puerta. Tras esto la muestra se desarma. La decisión de incluir las pinturas de principios de su carrera son un grave error. Ellas pertenencen a la estética de La Nueva Imagen de Jorge Glusberg y son técnica y conceptualmente pobres. Una presenta una suerte de loggietta o recova con una almohada pegada y otra nos muestra, si no me equivoco, la cùpula pintada por Andrea Pozzo en el Gesu de Roma. Otra hecha de arpillera con los fragmentos despegados representa el interior, a modo de elevación de la catedral de Amiens, pésimamente delineada.
En ‘Frágil’, Macchi copia a Ed Rucha de manera literal. ‘Frágil’ es la representación a escala grande de un rollo de cinta adhesiva con la inscripción ‘Frágil’. La obra es en acuarela (un medio, por definicion, ‘fragil’) y el efecto del líquido de la acuarela en un papel tan grande lo dobla y lo hace… frágil. Esta superposición de ‘fragilidades’ seria muy ingeniosa si no tuvieramos toda la carrera de Ed Ruscha y sus ‘Spam’ (1964) o ‘Actual Size’ (1964) entre muchos otros ejemplos como antecedentes un tanto idénticos.
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Su ‘Music Stands Still’ (2005) es la estrella de una muestra en un museo en el que uno de los requisitos parece tener que ver con brindar un escenario armado para la selfie. En la tradicion MALBense (obviamente por el MALBA) de Yayoi Kusama, el visitante puede irse con su selfie con la bola de espejos y los reflejos como si fueran cuchillazos en claro homenaje a Lucio Fontana, lo que, en el marco de la Bienal de Venecia, donde originalente fue mostrado (en un remoto pabellón), adquiere cierta relevancia. Habiendo dicho esto, la alución a Fontana y el cuchillazo en lugar del reflejo aparece como un chiste, el mismo tipo de chiste que uno ve al comienzo de la muestra con el ventilador. Pero esto no es todo ya que a la salida, Macchi nos despide con un caligrama literalmente inspirado en Guillaume Apollinaire en el que los textos referidos al mar son representados como ondas y en modo de gigantografia haciendo alusión al mismismo mar que esta representando.
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Es Macchi un mero traductor de ideas ajenas? Para ser más especifico en mi pregunta, es Macchi un plagiador (solapado) de Ed Ruscha y Guillaume Apollinaire? Esta no es una pregunta menor porque ésta muestra acaba siendo fría, distante y no logra comunicar ninguno de los efectos dramáticos (y, por eso, anti-artisticos) anunciados por su curador (Agustin Perez Rubio) en su texto inicial. Creo que el problema con Macchi es que en la oscilación entre la ‘obrita-chiste’ (el ventilador y la bola de espejos) y la ‘obra homenaje a Ed Ruscha y Apollinaire’ (los caligramas en diversos medios, incluso, en video), termina más pegado a lo primero sin darse cuenta que el modo tan ‘monumentalmente conceptual’ en el que la exhibición esta curada y presentada acaba diluyendo todo intento de seriedad como ingenio y ‘racionalidad’ en un mar de ‘chistes’ y alusiones que bordean la copia. Es a este nivel que la obra, en su total teatralidad, debería, por lo menos y para que la entrada al Museo en espacio publico tuviera sentido, emocionar y esto es algo que nunca jamás logra. El resultado es chato y, a decir verdad, aburrido.
Otra de las cuestiones a tener en cuenta es que gran cantidad de las obras expuestas son de propiedad de Eduardo Costantini y esto plantea un conflicto de intereses que termina jugandole en contra a Jorge Macchi ya que Costantini, al usar su propio museo, para monumentalizar su patrimonio termina poniendo una lupa en las fallas del artista. La impresión que tuve al salir de la muestra es que a esta escala Jorge Macchi se pierde y que sólo puede funcionar en escala de pequeñas obras y pequeños chistes. Es Macchi el artista de la pequeñez con excesivas pretensiones? J A T